CARTA DE FAÓN A SAFO

CARTA DE FAÓN A SAFO

Belleza creada por los mismísimos dioses, ¿cómo no voy a reconocer a la autora de esta carta?. Si tuve el honor de escuchar y admirar sus escritos mientras los recitaba con su hermosa e hipnotizante voz, y su simple y única expresión que ninguna otra musa puede igualar, ¿cómo no identificarla? Si con ojear su caligrafía la reconocía al instante.

Amada mía, siento que tu tristeza y tus lágrimas hayan tocado sus bellas y suaves mejillas, siento que te haya entristecido por mi culpa. No fue mi intención.

Me arde tanto el corazón como a tí, mi dulce musa. Cuánto daría por que estuvieras entre mis brazos, querida Safo, mientras deslizas tu pluma por las vacías hojas, llenándolas de vida.

No dejes que mi ausencia le afecte, viva su vida feliz y no dejes de amar por mí. Ama a esas muchachas de Pirra y Metimna, ama a todas las muchachas de Lesbos, no dejes que todo el amor que sientas lo posea yo. Ya no estoy para ti, no soy un hombre suficiente para usted, amada mía. Ojalá que nuestro amor hubiera sido como el de Perseo y Andrómeda, un amor sin fin entre los dos, inmortalizado en el cielo en forma de constelaciones. Pero usted y yo sabemos que no es, ni será así. Estamos destinados a vivir separados.

¡Oh, mi querida Safo! me halaga que me asemejes a Apolo y a Baco, pues son los mismísimos dioses, pero yo soy Faón, y siento decirle esto pero, a fin de cuentas, nuestra historia de amor no es tan diferente de la del dios Apolo y la ninfa Dafne. Ella no era para él, ni él para ella, ambos no eran el uno para el otro. Así ocurre para nosotros.

Ninguna mujer es digna de mi belleza, pero usted es la excepción. Usted me demostró el valor que tiene el amor, usted me hizo caer en la cuenta de que yo soy el que no es digno de su amor, mi bella y dulce paloma. No soy más que un joven intentando dar pasos adelante sin tropezar.

¡Claro que te consideraba hermosa! Si cuando leías tus escritos, se te iluminaba la cara como nunca y había una chispa de amor que calentaba el ambiente. Voy a ser sincero, extraño los besos que te robaba y los elogios que salían de mis labios al escucharte cantar una bella melodía. Y, como no, jamás olvidaré tus facetas mientras hacíamos el amor. Y, sí, los recuerdos de tus caricias y de los roces que se producían al tocar tu hermosa piel de seda, aún siguen intactos en mi mente.

Las muchachas de Sicilia no son más que un método, un simple juego que uso para olvidarme de usted, de cada parte de su anatomía, necesito olvidarme de mi amada Safo, para no destruirte ni dejarte marcas que jamás te harán volver a tu felicidad, pero ten por seguro que esas muchachas sicilianas no encienden ni media chispa de lo que usted, mi dulce musa, despierta en mí.

Adorna tus bellas manos con las mejores joyas de Lesbos, ponte el vestido más llamativo que tengas, un vestido que marque las hermosas curvas por las que todos y todas mueren y deja que la brisa juegue con tus bellos rizos dorados mientras se esparce tu esencia única de Arabia por donde usted pasa. Arréglate para las muchachas y muchachos de Lesbos.

No quiero hacerte el corazón a mil pedazos como Narciso hizo con la ninfa Eco. Quiero que tengamos una historia tan bella, en donde sólo Cupido y sus flechas sean testigo del amor que siento por ti. Quiero construir todo un mundo junto a tí, sin importar las dificultades. Pero siempre hay algo que nos lo impide, y este algo se llama “Destino”. Porque si no fuera por el destino, me habría dejado amar por semejante hermosura que iguala y supera la belleza de la mismísima Afrodita.

No quise despedirme de usted, mi bella dama, no quise que esto fuera como una despedida. Aunque no nos volvamos a ver, no quiero despedirme de usted, ni pretendo que esta carta lo sea. Quiero empezar una vida nueva, en donde pueda olvidarme de mi bella Safo, y si esto conlleva no llevar ni un recuerdo tuyo, pues lo haré. Lo único que siempre mantendré conmigo es el roce y el sabor de tus caricias y de tus carnosos labios. 

Y aunque esté lejos, mi querida Safo, no me preocupo ya que sé que están las nueve musas protegiéndote. 

No golpees el pecho que atesora tu bello y sincero corazón, no arranques los bellos y brillantes rizos que cuelgan de tu cabellera, no actúes como si esto fuera lo peor. Trátalo como un simple capítulo de tu vida, arranca la hoja y sigue adelante, pero no la olvides. 

Sigo recordando, al igual que tú, nuestros momentos en aquel sombrío bosque, cuando nos sentamos en la verde hierba y escuchaba tu hermosa voz. Una angelical y hermosa voz que hasta hoy sigue susurrando mi nombre – Faón – y cuando caminábamos cerca del lago mientras vivíamos los mejores momentos juntos.

¡Oh, mi querida y dulce Safo! No soy Apolo, para tocarte bellas melodías con la lira. No soy Baco para hacerte tener uno de los mejores placeres de la vida. No soy Céfalo para jurarte fidelidad eterna. No soy nada de eso, por lo que usted, Safo, no se merece lanzarse a las aguas del Léucade por alguien tan infame como yo.

No podemos terminar algo que nunca hemos empezado, porque al final usted y yo, amada mía, no somos más que dos almas perdidas que por más que luchemos nunca lograremos tomarnos de las manos y vivir juntos.


El destino no se puede cambiar, perdóname mi bella Safo. No derrames ni una lágrima por mí, no merezco tu amor.


Con amor, Faón.





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